El Mesías Esperado

Jesús predica en una sociedad establecida bajo el acuerdo entre un estado dominante (Roma) y otro donado (Palestina), que se traduce, a su vez, en una simbiosis entre el poder militar representado por el gobernador romano Poncio Pilato, y el poder social y religioso representado por el Sanedrín y el estatus del colaboracionista Rey Herodes, Vasallo del Imperio.

Sin embargo, a pesar del beneficio aportado por los romanos a Palestina en cuanto a infraestructuras y a la permisividad de la práctica religiosa, la existencia de los impuestos y la experiencia de pueblo subyugado mantienen una relación tensa, principalmente entre los grupos socioeconómicos más bajos y las autoridades romanas.

Jesús predica precisamente a los grupos más bajos en la escala de esta sociedad, a los pobres y a los mariginados. Y entra radicalmente en conflicto con otros grupos por esta postura. Cada uno de estos grupos esperaba al Mesías, pero con matices diferentes:

Los Sumos sacerdotes y Sacerdotes, que encarnaban la máxima autoridad y eran los responsables del Templo y del Cumplimiento de la Ley, no esperabán a ningún salvador, se sentían autosuficientes.

Los Fariseos, fieles a la ley de Moisés esperaban al Mesías una vez que todo el pueblo la practicara como ellos.

Los Saduceos, de alta clase social, colaboracionistas con el Imperio para mantener el poder, no deseaban la llegada de ningún Mesías.

Los Zelotes, de nivel socioeconómico bajo, instigadores de frecuentes rebeliones contra los romanos, esperabán a un Mesías que les liberase del yugo del imperio.

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